Roldán Vera Mariluz.
Es evidente la gran diferencia entre lo nacional y lo internacional, lo universal y lo particular. Tales diferencias se hacen presentes en las lucha políticas del mundo moderno y en la economía.
Estas grandes corrientes político-culturales de la economía mundial capitalista son solamente las expresiones de las restricciones estructurales impuestas por este proceso de acumulación de capital a nivel global.
La dinámica de acumulación de capital han ido encaminadas hacia las nación-Estado, sin embargo los Estados han afectado al mercado mundial y han influido en la dominación de la mano de obra.
Los Estados pueden diferenciarse por su capacidad de intervención en el mercado. Los Estados que se concentran en las actividades centrales tienden a ser más poderosos mientras que aquellos que realizan actividades periféricas son débiles.
El nacionalismo y el internacionalismo son fruto del capitalismo. Los estados son creaciones del mundo moderno, igual que el sistema interestatal.
El concepto Estado-nación ha provocado conflictos por el desarrollo capitalista del Estado que se ha convertido en el objeto principal de la disputa.
El nacionalismo y el internacionalismo han concentrado llamamientos del capital y de la clase obrera, a través de las fases del capitalismo mundial.
Existen tres periodos fundamentales en la historia del sistema interestatal: el primero va de 1450 hasta 1815 y se caracteriza por la creación de una serie de Estados en Europa Occidental.
La consolidación del sistema de naciones –Estado en los siglos XVI y XVII se dieron en función de las condiciones en las que se encontraba Europa Occidental: su homogeneidad cultural y sus prácticas religiosas, económicas y políticas. Ya en ese momento pueden apreciarse las ambigüedades culturales y políticas emergentes de la economía mundial.
En el segundo periodo debido al efecto de turbulencia y violencia en Europa de 1789 a 1815 se hizo añicos las autoridades establecidas en los siglos anteriores. El siglo XIX tuvo un gran número de movimientos nacionalistas que después cobrarían fuerza en medida en que la economía capitalista se extendiera por todo el mundo.
El internacionalismo por su parte adoptó la faceta del positivismo, lo que mostraba sólo una visión reducida de la realidad social.
El estallido de la guerra en 1914 marcó el fin de los acuerdos políticos interestatales del siglo XIX.
En el siguiente periodo se observó el significado primordial, políticamente hablando, del periodo anterior. En este último periodo persistió la tensión entre nacionalismo e internacionalismo, uno de los factores más importantes fue la Segunda Guerra Mundial.
Localizando las expresiones ideológicas y políticas contemporáneas en el contexto de un proceso de acumulación de capital se puede entender los nuevos asuntos que se plantean en relación con la desaparición de la nación-Estado y la construcción de una comunidad socialista. Sin embargo, la limitación de nuestro conocimiento es un impedimento para una intervención efectiva que permita un orden socialista a nivel mundial.
BIBLIOGRAFÍA:
WALLERSTEIN, Immanuel, Geopolítica y Geocultura, Barcelona, Editorial Kairos, 2007, 336 pp.
Estas grandes corrientes político-culturales de la economía mundial capitalista son solamente las expresiones de las restricciones estructurales impuestas por este proceso de acumulación de capital a nivel global.
La dinámica de acumulación de capital han ido encaminadas hacia las nación-Estado, sin embargo los Estados han afectado al mercado mundial y han influido en la dominación de la mano de obra.
Los Estados pueden diferenciarse por su capacidad de intervención en el mercado. Los Estados que se concentran en las actividades centrales tienden a ser más poderosos mientras que aquellos que realizan actividades periféricas son débiles.
El nacionalismo y el internacionalismo son fruto del capitalismo. Los estados son creaciones del mundo moderno, igual que el sistema interestatal.
El concepto Estado-nación ha provocado conflictos por el desarrollo capitalista del Estado que se ha convertido en el objeto principal de la disputa.
El nacionalismo y el internacionalismo han concentrado llamamientos del capital y de la clase obrera, a través de las fases del capitalismo mundial.
Existen tres periodos fundamentales en la historia del sistema interestatal: el primero va de 1450 hasta 1815 y se caracteriza por la creación de una serie de Estados en Europa Occidental.
La consolidación del sistema de naciones –Estado en los siglos XVI y XVII se dieron en función de las condiciones en las que se encontraba Europa Occidental: su homogeneidad cultural y sus prácticas religiosas, económicas y políticas. Ya en ese momento pueden apreciarse las ambigüedades culturales y políticas emergentes de la economía mundial.
En el segundo periodo debido al efecto de turbulencia y violencia en Europa de 1789 a 1815 se hizo añicos las autoridades establecidas en los siglos anteriores. El siglo XIX tuvo un gran número de movimientos nacionalistas que después cobrarían fuerza en medida en que la economía capitalista se extendiera por todo el mundo.
El internacionalismo por su parte adoptó la faceta del positivismo, lo que mostraba sólo una visión reducida de la realidad social.
El estallido de la guerra en 1914 marcó el fin de los acuerdos políticos interestatales del siglo XIX.
En el siguiente periodo se observó el significado primordial, políticamente hablando, del periodo anterior. En este último periodo persistió la tensión entre nacionalismo e internacionalismo, uno de los factores más importantes fue la Segunda Guerra Mundial.
Localizando las expresiones ideológicas y políticas contemporáneas en el contexto de un proceso de acumulación de capital se puede entender los nuevos asuntos que se plantean en relación con la desaparición de la nación-Estado y la construcción de una comunidad socialista. Sin embargo, la limitación de nuestro conocimiento es un impedimento para una intervención efectiva que permita un orden socialista a nivel mundial.
BIBLIOGRAFÍA:
WALLERSTEIN, Immanuel, Geopolítica y Geocultura, Barcelona, Editorial Kairos, 2007, 336 pp.
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