jueves, 16 de abril de 2009

CAPITULO 11

Nuche Varela Vania Lucero.
Geopolítica y Comunicación.
14 de abril de 2009.

“LA CULTURA COMO EL TERRENO DE BATALLA IDEOLÓGICA DEL SISTEMA MUNDIAL MODERNO.”

El término cultura puede despertar un conjunto basto de significaciones. En el sentido más amplio “la cultura es un medio de resumir cómo los grupos se distinguen de otros grupos”[1] esto es, la especificidad de características de un grupo, rasgos que le son propios y le permiten diferenciarse de los demás.
La definición de cultura ha traído varias complicaciones y un alto nivel de controversia, precisamente por su versatilidad de significados y lo que representa para cada sector del orbe. De ahí que su definición en particular haya resultado tan prolífica durante los siglos XIX y XX.
En consecuencia de ello, se ha optado por asignar dos acepciones a éste concepto: primeramente, la cultura se concibe como el conjunto de características distintivas de un grupo; por otra parte, es el conjunto de fenómenos diferentes y superiores a otro conjunto de fenómenos dentro de cualquier grupo.
Desde esa perspectiva, podría creerse que cada uno de los grupos existentes en el mundo poseen una cultura determinada, sin embargo, para eso habrán de tomarse en cuenta dos aspectos, en primer plano deben tener una conciencia de sí mismos, es decir, que sus integrantes compartan un sistema de valores y de comportamiento establecido; asimismo deben contar con una organización, ya sea bastante formalizada como las naciones-Estado, o bien, una bastante indirecta como los periódicos, revistas, entre otros.
Una de las principales problemáticas enfrentadas en el actual sistema capitalista mundial, es la forma de división del trabajo, puesto que ésta desencadena un gran estado de desigualdad. La economía capitalista mundial justifica esa desigualdad con el argumento del “mayor esfuerzo”, donde el que trabaja de mejor manera y resulta ser más eficaz, es quien merece una mayor retribución. No obstante, se encuentra en este planteamiento una enorme contradicción. La explicación está en el hecho mismo de la necesidad incesante por aumentar el capital y mantener la posesión del superávit, lo cual implica sobretodo una presión directa dirigida hacia los productores para hacer que éstos trabajen más y se les pague menos.
De esto, derivan las dos doctrinas ideológicas más predominantes del sistema capitalista: el universalismo y el racismo-sexismo. Con base en la postura de máxima productividad capitalista, el panorama a enfrentar ha sido un sistema altamente polarizado y en el que hay muchas situaciones de discriminación, principalmente para el sector femenino y los individuos de raza negra. Bajo la excusa de una supuesta inferioridad biológica o intelectual, se excluye a los negros o a las mujeres, afirmando por tal motivo que su salario no debe ser mayor al de los varones. En este punto, aparecen los llamados grupos “culturales”, una forma de movilización política contra la desigualdad reinante.
Otra cuestión a tratar es la introducción de los estados a la modernidad. Dado que el Occidente fue el primero en dirigirse hacia ella, cuando un estado habla de modernización se refiere a iniciar su andanza hacia la occidentalización. Esto es, adoptar lenguas, tecnologías y costumbres occidentales; en otras palabras adquirir la cultura de occidente.
El capitalismo tiene como base la teoría del progreso, mediante la cual todos los estados pueden desarrollarse. Pero es un hecho que la situación no es la misma para la totalidad de las naciones, de este modo, la desigualdad hace su reaparición pues las consecuencias de la actividad capitalista (me refiero a los monopolios y subsecuentes jerarquías entre las naciones, estableciendo una “división de clases” a nivel mundial: países desarrollados y los países subdesarrollados) han llevado a desequilibrar la balanza, favoreciendo a los más ricos y poderosos.
Con estos eventos, se dio una razón suficiente para el surgimiento de los movimientos antisistémicos; orientados a oponerse al sistema actual, han emergido apoyados por las ideologías de universalismo y racismo-sexismo para satisfacer sus propósitos intensamente ambivalentes. Estos movimientos:
“… han reivindicado haber creado una nueva cultura, destinada a ser una cultura (acepción I) del mundo del futuro, han tratado de sentar las bases teóricas de esta nueva cultura… creado instituciones… diseñadas para socializar a sus miembros y simpatizantes en esta nueva cultura…”[2]
Su objetivo ha sido cumplir el sueño liberal, o sea, creer en el triunfo del universalismo sobre el racismo y el sexismo, para conducir los intereses hacia una difusión de la ciencia en el ámbito económico y en el tema político, difundir la integración de aquellas zonas excluidas. Entonces, se buscaba un esparcimiento de la ciencia en todos los ámbitos y zonas del mundo. Y en cuanto a la “integración”, el objetivo era eliminar la exclusión impuesta a los desposeídos, a las minorías, a las mujeres, en fin, alcanzar un estado de igualdad.
En resumen, se puede decir que el motor de los movimientos antisistémicos ha sido la búsqueda de ciencia y de integración. No obstante, han manifestado dudas concernientes al provecho y prudencia de estos principios, desencadenando la presencia de conflictos entre los distintos movimientos –por ejemplo, los movimientos de mujeres ante los negros- y por ende, dando cabida a divisiones internas.
La consecuencia visible de la ambivalencia táctica dentro de los movimientos antisistemicos, los coloca en una posición de desventaja frente a las fuerzas partidarias de las desigualdades mundiales por la simple razón de que confieren a sus adversarios la autoridad cultural.

BIBLIOGRAFÍA:
· WALLERSTEIN, Immanuel. Geopolítica y Geocultura. Ensayos sobre el moderno sistema mundial. Barcelona, Editorial Kairós, 2007. 336 PP.
[1] Immanuel Wallerstein. Geopolítica y Geocultura. Ensayos sobre el moderno sistema mundial. Pág. 219.
[2] Ibídem, pág. 249.

No hay comentarios:

Publicar un comentario