Por: Rodríguez Martínez Nadia Saraí.
Me encuentro frente a una página en blanco, sin saber que escribir sobre la influenza. ¿Cómo puede ser posible? Hay tanta información sobre el asunto, que parece desinformación. ¡Claro!, se me ilumina el foquito, éste es el perfecto ejemplo de la sociedad informatizada, de la sociedad de masas.
La multiplicidad, pluralidad de ideas. “Puedo decir lo que quiera”, pero ¡bah! se pierde entre el montón de información, se mezcla lo verdaderamente valioso, con la basura.
Tener un criterio verdaderamente racional, es muy difícil; más aún cuando me saturan mi bandeja de entrada, con millones de mails, sobre las ciento y un teorías sobre el asunto. Déjenme en paz, ya sé, ya sé… es complot del gobierno, es igual que el chupacabras, es un asunto muy grave, se va acabar el mundo… debo lavarme las manos, no saludar de beso, ponerme cubrebocas… ¿cuántas veces más me lo van a repetir? Las ideas se revuelven en mi cabeza, ya no sé qué pensar al respecto.
Como sea, eso es lo menos importante. Lo alarmante son las consecuencias. Aunque ahora se llame influenza tipo H1N1, difícilmente, se va a desligar la palabra influenza con México, con los pobres cerditos. ¿Quién va a querer venir a turistear a un país enfermo? ¿Quién querrá comer puerquitos con gripe mortal? El catarrito se junto con la influenza y, las enfermedades respiratorias están por llevarnos con la parca.
Todo hubiera sido diferente, si Carstens hubiera tratado bien el “catarrito”, si nos hubiera preparado para afrontar con dignidad las consecuencias de la influenza. Ahora aparte de enfermos, estamos endeudados. Cómo afrontaremos la crisis, he ahí el dilema, la pregunta del millón.
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