jueves, 14 de mayo de 2009

Influenza!!!



¡¡¡¡¡Diego Armando Tripp Arcos!!!!!
"¡¡Crònica de la Influenza!!"
Dos tazas de té

Despierta después de una larga noche. Erik enciende el objeto que había olvidado usar. Es la única alternativa para la soledad y el encierro. Va a la cocina y se prepara un té para los nervios. A pesar de no asistir a la facultad, siente un intenso estrés. Sirve dos tazas, una para él y otra para su única amiga de los últimos días; la televisión.

Miércoles 29 de abril de 2009, otro día de influenza. “Pero… ¿En primavera?” No es de la invernal, es de un nuevo tipo. Una porcina. “¡Qué bien que no comí carnitas!” Piensa mientras le da otro sorbo a su infusión. En seguida se entera que la enfermedad se trasmite de persona a persona y que los marranitos poco tienen que ver. Además de que para evitar el contagio es necesario usar un cubrebocas.

Está aburrido. Nadie le ha llamado por teléfono. Con su compañera no tiene mucho de qué hablar. Ella no le da las respuestas que él necesita. Ahora recuerda por qué dejó de usarla. No compra el periódico. No quiere salir de su celda ni por un segundo. Sabe lo irresponsable que es la gente.

Ante el poco contenido que le ofrece su amiga, Erik decide salir al virulento y peligroso universo exterior. Se prepara. Deja la ropa de dormir que trae desde el viernes pasado que se suspendieron las clases. Busca en su guardarropa algo que convine con el cubrebocas azul que le dio su mamá. Pero ella no lo compró, se lo obsequiaron en la vía pública.

Sale de su casa. Observa que la mayoría de las personas no traen cubrebocas. Se siente ridículo pero seguro. Casi al llegar a la avenida donde toma el microbús, se encuentra con una señora que trae su artefacto de seguridad. Con esto gana un poco de alivio.

Sube al transporte público y el chofer no trae guantes ni el artilugio azul. Erik decide evitar tocarlo, por lo que rápido le tira las monedas en la mano. Otro problema. Tiene que agarrar los tubos para desplazarse a un lugar. “Ni modo”. El calor llega y con él la incomodidad. Poco importa sudar si su vida se encuentra en riesgo.

Va solo, pero de repente una señora robustona decide sentarse junto a él. Ella sí porta su accesorio, pero es blanco. Lleva a una pequeña en sus piernas. “Si no son vacaciones”, medita Erik, que no logra entender por qué hay tanta gente y tantos niños si se supone que no deben salir de sus casas.

Baja cerca de un mercado ambulante donde comprará el último evento de lucha gringa. Casi nadie porta su cubrebocas. “!Hasta el puesto de garnachas está abierto!”. Lo peor es que parece un día normal. Las enormes barrigas de los señores, no conocen de influenza.

Llega al lugar de las películas. Por primera vez tiene que hablar con alguien de forma directa. El vendedor no tiene su barrera de tela y resorte, por lo que es necesario guardar la distancia. Además no tiene el DVD. ¿Qué hacer? Si desea ganar tiempo y regresar pronto a su hogar, Erik tiene que entrar al Metro.

Con temor, ingresa al subterráneo. Toca lo menos posible el torniquete. Llega el tren y entra. Mira a su alrededor y sólo la mitad de las personas tiene su máscara. Algunas de ellas la traen en el cuello. “Entonces, ¿Para qué se la ponen?” No desea tocar nada, pero es inevitable. De otro modo puede caer.

Todos actúan como si en la ciudad y en México no sucediera nada. Parece ser el único preocupado. Los jóvenes de la mano, se besan, se abrazan. “¿No entienden que pueden tener influenza?” De nuevo se encuentra con otro puestero sin protección, pero este si tiene la película deseada. Ahora tiene que ir a la farmacia por sus instrumentos para combatir el virus.

No hay tapabocas, ni guantes. Ya no existe el gel antibacterial ni el alcohol. Se dirige al supermercado, tal vez ahí encuentre lo que necesita. Tampoco. Todo está agotado. Decide no estar más milésimas de segundo afuera de su recinto de protección. Corre por su vida.

Llega a su cueva. Va directo a lavarse las manos. La situación casi se convierte en un baño entero. Lleva la abúndate espuma hasta sus codos. Luego, limpia todo lo que viajó con él por la calle. Intenta hacer tarea pero no puede. Su mente está ocupada en otras cuestiones.

Puede calmar sus nervios pero no su paranoia. Sufre por cada estornudo, aunque haya sido provocado por el polvo o por una pequeña corriente de viento. Empieza a dolerle la cabeza. Se conoce y sabe que es su primer síntoma cuando le da fiebre. Siente un fuerte malestar corporal.

Busca de forma desesperada el termómetro. Lo encuentra y pronto lo coloca en su axila. Intenta distraerse para esperar el resultado. Si no fuera ateo, Erik empezaría rezar por su salud. Por suerte sabe leer el medidor de mercurio. 36.5°, fuera de peligro, lo que pasa es que la temperatura ambiente es muy alta. Ahora es momento de ir a dormir.

Despierta. Todo parece una pesadilla. Una película de ciencia ficción. Pero por desgracia, es real. No hay a donde ir ni con quien pasear. Es un asueto obligado y trasgresor. Otro día en casa. Dos nuevas tazas de té. Una para él y otra para su acompañante. Lo cierto es que no existe tal. Erik sabe que terminará bebiéndose las dos infusiones.

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