¡No hay clases! Fue el mensaje del honorable secretario de salud José Ángel Córdoba Villalobos, “honorable” ahora. Así lo llamaban los —en ese momento bienaventurados— alumnos de todos los niveles educativos al recibir la notificación de la suspensión de clases como consecuencia de un virus.
Un virus que, al parecer, sería el principio del fin del mundo, o por lo menos eso era lo que decía el carnicero del tianguis; el señor de edad avanzada y barriga sobresaliente, que por cierto tenía a las ingenuas amas de casa con el Jesús en la boca.
El virus que mantiene a la población apurada, elegante, en pantalones flojos para ir al supermercado, en traje sastre o en shorts por el calor, no importa cómo, todos traen la misma moda y en condición de peatón se puede notar en todas direcciones. Los hay azules, blancos, rígidos, blandos, improvisados y hasta ejemplares raros que simulan un cubrebocas, pero lo mejor de todo es que día tras día éstos se personalizaban, por supuesto no faltaban los curiosos señores de oficina que pintaban dibujos o frases ocurrentes en ellos.
Lo importante era traer uno, incluso de diadema o collar, el punto era no desentonar ante la sociedad. No importaba el buen o mal uso que se le diera, pronto estarían escasos y lo verdaderamente relevante era que el santito lo llevara puesto, o por qué no el oso de peluche, esos que acumulan ácaros y polvo entre su pelaje. Pero qué bonitos ¿O no?
Un virus que, al parecer, sería el principio del fin del mundo, o por lo menos eso era lo que decía el carnicero del tianguis; el señor de edad avanzada y barriga sobresaliente, que por cierto tenía a las ingenuas amas de casa con el Jesús en la boca.
El virus que mantiene a la población apurada, elegante, en pantalones flojos para ir al supermercado, en traje sastre o en shorts por el calor, no importa cómo, todos traen la misma moda y en condición de peatón se puede notar en todas direcciones. Los hay azules, blancos, rígidos, blandos, improvisados y hasta ejemplares raros que simulan un cubrebocas, pero lo mejor de todo es que día tras día éstos se personalizaban, por supuesto no faltaban los curiosos señores de oficina que pintaban dibujos o frases ocurrentes en ellos.
Lo importante era traer uno, incluso de diadema o collar, el punto era no desentonar ante la sociedad. No importaba el buen o mal uso que se le diera, pronto estarían escasos y lo verdaderamente relevante era que el santito lo llevara puesto, o por qué no el oso de peluche, esos que acumulan ácaros y polvo entre su pelaje. Pero qué bonitos ¿O no?
Junto con el cubrebocas también hubo otras medidas de prevención, y no era precisamente lavarse las manos constantemente, fue más bien la orden que se le dio a los establecimientos de mantener cerrado hasta nuevo aviso. Tales como bares, centros nocturnos, cines, museos, eventos masivos como conciertos, etc. Y qué decir en los restaurantes: “Por disposición oficial sólo comida para llevar”. Eso si se tenía suerte, ya que se observaban cualquier tipo de calamidades ortográficas que provocaban un sentimiento extraño en el estómago y es que no puede ser que no se tomen el tiempo para consultar un diccionario. Pero bueno eso es cosa aparte.
Para la comunidad estudiantil que se resguardaba en casa no había otra alternativa más que ver televisión —que por cierto, las transmisiones era interrumpidas para mantener a la comunidad informada acerca de la Influenza porcina pero que mejor no, que lo habían pensado bien y mejor lo dejaron en Influenza humana—.
Para la comunidad estudiantil que se resguardaba en casa no había otra alternativa más que ver televisión —que por cierto, las transmisiones era interrumpidas para mantener a la comunidad informada acerca de la Influenza porcina pero que mejor no, que lo habían pensado bien y mejor lo dejaron en Influenza humana—.
¡Ah! Pero eso sí, los blockbusters a su máxima capacidad y las películas agotadas, ya no quedaba nada para perder el tiempo.
Llegó el momento cumbre de la desesperación y las fiestas clandestinas se hacían notar. Un buen pretexto, “la pelea del siglo”: Pacquiao vs Hatton. No importa, algo es algo; la desesperación junto con la aburrición orillaban a ver peleas de box con los amigos.
La alegría por el reencuentro era evidente, los entrañables amigos y hasta los que habían quedado en el pasado disfrutaban su estancia en la fiesta. Extraño pero los cubrebocas quedaron atrás y con los efectos del alcohol los pocos que traían se limitaban a dejarlos debajo de los árboles y si bien les iba se tomaban el tiempo para ir al basurero y ahí depositarlos.
Por el momento, y mientras no se dictamine lo contrario se tomarán medidas rigurosas para actuar en contra del aburrimiento que deja a su paso el dichoso virus. Se acabaron las vacaciones, a chambearle otra vez: “Se reanudan las clases; preparatorias y universidades primero” ¡Qué buena suerte!
Llegó el momento cumbre de la desesperación y las fiestas clandestinas se hacían notar. Un buen pretexto, “la pelea del siglo”: Pacquiao vs Hatton. No importa, algo es algo; la desesperación junto con la aburrición orillaban a ver peleas de box con los amigos.
La alegría por el reencuentro era evidente, los entrañables amigos y hasta los que habían quedado en el pasado disfrutaban su estancia en la fiesta. Extraño pero los cubrebocas quedaron atrás y con los efectos del alcohol los pocos que traían se limitaban a dejarlos debajo de los árboles y si bien les iba se tomaban el tiempo para ir al basurero y ahí depositarlos.
Por el momento, y mientras no se dictamine lo contrario se tomarán medidas rigurosas para actuar en contra del aburrimiento que deja a su paso el dichoso virus. Se acabaron las vacaciones, a chambearle otra vez: “Se reanudan las clases; preparatorias y universidades primero” ¡Qué buena suerte!
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