García Lerdo de Tejada Erick Alejandro
El Sur, aquella parte “baja” o “inferior” de una zona geográfica es por excelencia el referente inmediato para pensar en pobreza, desigualdad, poco desarrollo y demás problemas sociales.
Esta división se encuentra muy bien ejemplificada en el Informe Brandt –aunque no presente formas viables de resolver el problema-
Esta concepción del Sur es un mal global, caracterizado por su increíble y cruda sinceridad: el Sur se encuentra estancado en sí mismo y no parece que vaya a salir del bache en algún tiempo.
Parte del problema se encuentra arraigado muy profundo dentro de lo que representa al Sur: su cultura. Eso que configura su modo de actuar es, evidentemente, aquello que le impide progresar. Y esto no se ve más claro que en las tradiciones.
El Sur no podrá avanzar en tanto no se deshaga –o por lo menos adapte- sus tradiciones; tarea nada sencilla si se considera que los grupos lo son gracias a su cultura y que, por definición, una tradición es un ente social resistente al cambio.
Pero ¿cómo ha sido la existencia de los países sureños en el mundo dados estos problemas? Es muy obvio: una abismal dependencia tecnológica, económica e intelectual de los países desarrollados (sirva de ejemplo casi toda Europa), que hace al hueco del sur un obstáculo aún más grande.
Se puede plantear que el Sur, al estar atrasado con respecto a las naciones que son sinónimo del desarrollo, tienen la enorme ventaja de aprender de éstas para no cometer los mismos errores y así emparejarse, e incluso igualarse, con respecto al Norte.
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