jueves, 14 de mayo de 2009



Diego Armando Tripp Arcos!!!!

Lo nacional y lo universal: ¿puede existir algo semejante a una cultura mundial?

La cultura es un conjunto de valores y practicas de un todo, por lo que es particularista en sí misma; a la vez se vuelve general, pues suele referirse a un todo, a una representación.
Con la creación de las naciones-Estado se forjó y se promovió el nacionalismo, un particularismo en esencia, y que se supone llevó al mundo a la evolución, a la conciencia mundial, a una denominada “humanidad”. Sin embargo, esas naciones-Estado en su afán por forjarse una identidad única han terminado por parecerse cada vez más a otras debido a las manifestaciones culturales, que en ocasiones se han presentado como artísticas.
Esto se puede explicar como una aparente tendencia dirigida a un mundo único, que podría ser guiado por la ciencia y la tecnología. Puede ser, que todos los grupos del mundo, diferentes entre sí, a la vez cuenten con la misma estructura, lo que supondría que todas las “sociedades” tienen etapas en las que avanzan igual y que tendrían un final en un mismo punto, y por ende una sola sociedad humana o una cultura mundial. En contra de este fenómeno, han surgido las denominadas “contraculturas”.
Es importante aclarar que, a pesar de que se defina a un grupo por su cultura, no todos los miembros de ese grupo cuentan con las mismas características, porque no tienen la misma noción de valores, creencias o prácticas. Por desgracia, en los diversos discursos o acciones se emplea el termino de “costumbre” para legitimar una acción que puede ser arbitraria y que incluye a una “cultura”, este no es un fenómeno nuevo, sino que la “plasticidad” en la cultura siempre ha estado presente entre los individuos sociales.
Las diferencias en definitiva son favorecedoras, porque es absurdo imaginar que se vive en ambientes por completo iguales u homogéneos, porque está implícito que cada persona tiene rasgos culturales particulares que lo diferencian de los otros.
En la historia queda aún más claro, la diferenciación ha sido la tendencia en todo momento, claro está, que tampoco se ha dirigido hacia la anarquía; ya que parce que existen determinados lazos que delimitan y organizan las direcciones de las naciones-Estado, que a su vez tienen límites palpables como los decretos internos y los de otros estados.
Para la formación de estas naciones-Estado era necesario delimitar cada centímetro de territorio, por lo que no podía, ni debía quedarse una porción de tierra que no tuviera un dueño; también para que cada país contara con una igualdad jurídica, es decir, que fueran “soberanos” y donde nadie, en absoluto pudiera escapar de la autoridad en determinado estado.
El sistema mundial moderno es una economía capitalista y sin embargo, cada Estado, tiene lenguas oficiales, sistemas educativos particulares, leyes de tipo fronterizo, familiar, etcétera; de esta forma todo parece contradictorio. Tal vez, se sustenta por la mundial división del trabajo, donde las fronteras deberían ser permeables para su aplicación, lo que conlleva a la abolición de las distinciones nacionales y a una supuesta internacionalización de la cultura.
Las minorías surgen cuando personas de países pobres se trasladan a países más ricos, así, sufren un rechazo, por lo que luchan y protestan por una igualdad que no tienen un país donde parecen ajenos. Este fenómeno funciona también como una dialéctica, porque a partir de una cultura homogénea se van transformando las características de ese gran grupo, por medio de grupos étnicos o minorías y guían a una heterogeneidad.
Para que no existan grandes diferencias se utiliza la fuerza para integrar esas distinciones dentro de un gran grupo, es decir, una uniformidad cultural donde no existan conflictos de gran relevancia.
De esta forma, la cultura se observa como un arma que bien puede beneficiar o perjudicar, ya que las personas pueden reclamar a la legitimidad de las mencionadas “costumbres”, pero los poderosos buscarán la “resistencia cultural”. También han surgido las contraculturas en momentos específicos de la historia y que pretenden escapar de forma ingenua al sistema mundial actual.
Los planificadores de la resistencia cultural son los que intentan a toda costa que el statu quo de la sociedad prevalezca a pesar de las divergencias culturales, con lo que inventan y promueven valores universales que todos acepten y que en realidad no sirven pues sólo aplican para determinado sector social.
Cualquier movimiento de resistencia cultural debe enfrentarse a un sinnúmero de dificultades que le pondrán los planificadores dela resistencia, un ejemplo de ello es cuando se limita la expresión de algún grupo en un espacio específico, la manifestación puede ser de cualquier índole, como religiosa, jurídica o lingüística.
Se inserta el concepto de humanismo para hacer visible que el provincianismo ya no funciona en la sociedad actual, porque es demasiado particularista, y eso es lo que se intenta erradicar, ya que no abre paso al nuevo encuentro que es la universalidad.
Lo que llegue para el futuro es incierto, tal vez la universalidad y el humanismo intenten romper la “soberanía” de las naciones-Estado y todo lo hagan igual, al grado de hacerlo absurdo; de esta forma no es posible crear una cultura que libere y que otorgue igualdad, por el contrario, todo lo hará cada vez más rígido al grado de que no se acepten las diferencias que posibilitan el cambio y el progreso.
La diversidad cultural es lo que da riqueza a un nación, si todas las naciones y todas las culturas fueran iguales sería transgresor para la identidad humana, las más mínimas cuestiones carecerían de sentido y todo se vería de forma mecánica y por ende aburrida. Es primordial no perder la esperanza de que el mundo puede cambiar para bien y que será benéfico para la mayoría de los habitantes del mundo, también no hay que dejarse corromper por una supuesta cultura mundial que sólo actúa para las personas que tienen el poder y para los dueños de los medios de producción.
Bibliografía: Immanuel Wallerstein. Geopolítica y Geocultura. Kairós. España. 2007. Pp. 255-275
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